Por la experiencia adquirida en la crianza, y fruto de mi andadura como padre, entiendo que, en la formación de los hijos, existen dos etapas claramente diferenciadas: desde que nacen hasta que alcanzan la mayoría de edad y desde ese instante, hasta que se independizan definitivamente… en el caso de que llegue el momento, tal y como está el panorama para la gente joven.
Lo anterior, sin olvidar que los vínculos con los
hijos no desaparecen nunca, dado que
suelen constituir la contribución al
mundo, de la que nos sentimos más satisfechos. Desde que el recién nacido,
impulsado por un acto reflejo-instintivo, se nos agarra fuertemente al dedo
pulgar, nunca ya se soltará… ¡así es la
paternidad!
En el primero de esos dos periodos, lo fundamental es
la transmisión de destrezas y valores: sin aquellas no habrá crecimiento ni supervivencia
y sin éstos, no se formarán como personas maduras.
Educar en valores éticos (libertad, dignidad,
generosidad, responsabilidad, honestidad, justicia, tolerancia, altruismo,
solidaridad, respeto, tenacidad, civismo, esfuerzo, veracidad, objetividad,
etc.) es imposible, si se intenta hacerlo sin presencia. Son criticables los padres ausentes y los "escapistas",
que creen acertar encargando el cuidado y la formación a terceras personas.
También suele ser lamentable la manifiesta falta de coherencia. Los niños son ingenuos pero
no torpes, detectando nuestras contradicciones y falsedades con extraordinaria
rapidez y sutileza, reconocen como
válido sólo aquello que nos ven practicar, con independencia del discurso que
les intentemos implantar. La educación tiene mucho de imitación.
Además, es imprescindible la escolarización, que
representa el otro gran elemento integrador y transmisor de cultura: casa,
escuela, familia y sociedad, se complementan necesariamente sin sustituirse.
Los infantes necesitan valores familiares y
comunitarios porque vivirán en sociedad (otro ejemplo más de lo cercanas que
están la educación y la sanidad: también la medicina de familia y comunitaria es el
pilar asistencial fundamental).
Sin la formación colectiva, compartiendo aula, patio,
deporte, ocio, aciertos y fracasos, no serán comunicativos, asertivos, ni integradores,
deviniendo en egoístas y auto-referenciales.
Cumplidos los 18 años, las bases deben estar
establecidas y consolidadas, siendo ya escasa la aceptación y eficacia de los
consejos paternos. Sin embargo, y paradójicamente, es ahora cuando demandarán
un mayor esfuerzo económico: deseos de viajar y conocer, compromisos sociales y
afectivos, necesidades de preparación y capacitación profesional, estudios universitarios, etc.
Dejaron de ser niños y adolescentes, llegando a
jóvenes adultos, con criterio, proyectos y ambiciones… pero no generan
ingresos, sino todo lo contrario: muchos gastos.
Superada la fase de las advertencias… ahora son
imprescindibles el apoyo y la financiación.
Hay que respetar sus preferencias, apoyar sus
decisiones, animar sus ilusiones y financiar sus aspiraciones académicas, siempre que se
pueda, claro está.
Nunca nos vamos a arrepentir de haber invertido en
nuestros hijos. No nos queda otra, si pretendemos ser “los mejores padres”.
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