Con el mismo ímpetu que acabamos de defender el civismo, es oportuno censurar el cinismo, vocablo semánticamente cercano y tan alejado conceptualmente. Siendo el primero un gran valor, el segundo es un “contravalor” muy rechazable.
Hablamos literalmente de la desvergüenza en el mentir,
algo tan cotidiano que, lejos de rechazarse enérgicamente, se tolera y acepta como normal.
En otros lugares del mundo, el descubrimiento de la
mentira acarrea un absoluto descrédito. Faltar a la verdad y ser descubierto significa
una irreparable pérdida de prestigio.
En nuestro país nada de esto ocurre, casi lo
contrario: la larga sombra del Lazarillo de Tormes pulula aún por nuestra
sociedad y hace fortuna en las instituciones, de manera que pasa por listo el
golfo, y el más fresco es considerado como el auténtico triunfador.
Inmediatamente lo etiquetamos como capaz, inteligente,
genio de las finanzas y tocado por la suerte, antes que como desaprensivo. No
reparamos en que, el autor de la citada novela medieval, prefirió mantenerse en
el anonimato…
Con extraordinaria frecuencia se trampea en los
negocios, en el currículum, en los tributos, en la política, ante la policía, en
el parlamento, en el juzgado… y a veces, lo que es gravísimo, en la
investigación y publicación de resultados científicos.
Tan arraigada está la falta de veracidad que hasta la ampara
la Constitución ,
si es para defenderse de una imputación. El cínico campa por sus respetos,
beneficiándose de todas las garantías procesales del Estado de Derecho.
Se exige un aprecio absoluto a la presunción de
inocencia (nada que objetar), obviándose con frecuencia la sensatez y la evidencia.
De entre todas las mentiras, una de las peores puede
anidar en el seno de la ciencia médica. Ya se comentó el fraude derivado del
charlatanismo.
El médico mentiroso y desvergonzado representa todo lo
opuesto a la ética, al manipular la confianza de los pacientes,
defraudar su expectativa y empobrecer la
profesión.
Algunas actitudes cínicas y contrarias a la deontología médica:
Ocultar, no reconocer y repetir los errores.
Generar falsa e infundada esperanza.
No actualizar los conocimientos científicos.
Despreocuparse del seguimiento de los procesos.
Dificultar o impedir la localización, estando de
servicio.
Atribuirse el
mérito ajeno.
No ejercer la autocrítica y descalificar injustamente
a los colegas.
Mantener y entretener al cliente, con exclusivo fin
lucrativo.
Mostrarse frío, autoritario e inaccesible.
Tratar sin respeto a pacientes y familiares.
Carecer de compasión, ejerciendo sin espíritu de servicio y sin entrega.
Hacer prevalecer el interés propio sobre el de los
enfermos.
Medicina y cinismo son términos excluyentes, como el agua
y el aceite: no valen excusas o justificaciones, ni tampoco caben excepciones.
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